(Confesión)
1. He deseado. He soñado con los brazos —y piernas— de mujeres ajenas. He imaginado sin ropa a mis maestras y a las mamás de mis amigos. Adiviné el color de los calzones de la vecina y no dudé en pedir otro trago para la señorita de sonrisa perfecta y disfraz de policía. Ahí, en la intersección entre el sexo y la violencia (si es que no son caras de la misma cosa), veo a María, amarrada a la cama con mi corbata. Trae puesto un liguero negro y los ojos vendados. Me acerco con la cámara instantánea y la acecho como se acecha a un animal: el cazador escondido, con las rodillas flexionadas, viendo por la mira con un ojo cerrado para asegurar la puntería. Disparo, sin remordimiento, en su momento más vulnerable y dejo que el flash bañe su cuerpo de luz pálida.
2. He destruido. He abusado a la mitad de la noche de ese veneno dulce como sustituto de anestesia. Escucho sus tacones hacer música con el piso y volteo la botella sin titubear. Después del tercer trago, empieza la sensación de descenso —progresiva y adictiva—, que satisface mis deseos de autodestrucción. Es un pequeño suicidio, pues. Pero es temporal. Se sienta conmigo, pero no me interesa lo que esté diciendo. “Es demasiado tarde, Julia”. Se levanta a bailar con él y el infierno se me va por la garganta. Otros dos vasos. Honestamente, me importa un carajo terminar en el piso sin poder hablar, solo asegúrate de que ella no me vea así. No puedo permitirlo. También asegúrate de mentirme mañana; dime que era un lugar bonito, que fue una buena noche.
3. He acumulado. Atesoré las cartas y fotografías que marcaron mi historia. Tengo todo guardado en una caja de cartón debajo de mis zapatos. Me aferré a mis memorias por miedo a perderme, por supuesto. Pero todo en esta vida es prestado, nada es tuyo. Sé que el dinero no compra la felicidad… pero se parece mucho. Las fotografías, la ropa que traigo puesta, mis lentes, la hamburguesa, mis palabras, todo es de nadie. Una vez que se termina el juego, todas las piezas y cartas se regresan a la caja, y la caja al clóset. La muerte a todos nos lleva, tengas mucho o tengas poco, seas alguien o no seas nadie. Lo sé, siempre lo supe, pero no lo creo.
4. ¿Es posible escribir y no resignarse a ser el eco de los miles que sintieron lo mismo antes que yo? Todas las grandes historias están contadas; ya no hay más. No queda una sola línea que valga la pena escribir. Los narradores gigantes, de Cervantes a Filloy (el último grande), gastaron las letras con técnica y estilo insuperables. ¿Qué pueden hacer estas líneas junto a lo que ya está escrito por tantos gigantes? Estorbar, nada más. ¿Para qué trabajar, si al final nada importa? ¿Para qué desperdiciar los días en la oficina de un trabajo que odias, con un jefe que odias, atravesando un mar de coches que odias, si el bosque está a media hora en carretera?
5. He soñado. Me he paseado por los pasillos de televisiones de Liverpool esperando el día en que pueda comprarme una pantalla plana. 60 pulgadas, no hay duda. He pasado horas en internet viendo coches usados para que, el día que tenga el dinero, llegue de sorpresa a la casa y pueda dar las llaves a mamá. Un coche como el del vecino. Ojalá papá encuentre trabajo y mamá la paz. Ojalá todo vuelva a ser como antes. Daría lo que fuera por una vida como la de Charly: un papá que me compre ropa, una mamá que se vaya al club con sus amigas, una Fender, unos tenis Nike, un mes sin dudar si podremos pagar la colegiatura de mi hermana, una semana sin pagar el súper a seis meses sin intereses… y tener cinco años menos. Todo para que Charly se la viva en la fiesta, chocando sus coches, reprobando materias. Ayer se rió cuando se le cayó el celular y se quebró la pantalla. Una pantalla…
6. Tocaron el timbre. Un hombre de camisa blanca en un coche rotulado buscaba a papá. Venía en nombre de la empresa que lo había contratado —solo para despedirlo sin motivo dos meses después. No estaban viendo resultados, o algo así dijeron. ¿Sí, diga? Buenas tardes, joven, vengo a recoger el teléfono de la empresa. ¿Cuál teléfono? El celular que le proporcionamos a… ¿No está tu papá? Espéreme tantito, por favor. ¡Papá! Te buscan, dice que viene a recoger un celular. Parecía que no podía reaccionar, lo vi sentado en el comedor con la caja del teléfono en las manos. Sí, mijo, es éste. ¿Se lo puedes dar, por favor? No quiero salir. Sí, pa… (Malditos muertosdehambre, ni que fuera un iPhone.) Aquí tiene. Muchas gracias, joven, y disculpe la molestia. Oiga, disculpe, una cosa: falta el cargador. Permítame. ¡Papá! ¿Tienes el cargador? ¿El cargador? Yo… este… no sé… supongo, déjame ver. Su mano izquierda empezó a temblar, no sé si de angustia o de coraje, me temo que las dos. El colapso era inminente y no valía la pena. Fíjese que no lo tenemos, tendrá que irse sin el cargador. No puedo hacer eso, joven. Son órdenes de la empresa. Pues mi papá ya no trabaja en su empresa, así que ni modo. En ese caso, la empresa se vería obligada a tomar acciones legales y proceder contra el señor. ¡Proceda y haga lo que quiera! ¿Por un pinche cargador? ¡Lárguese! Bueno, mire… ¡Que se largue! ¡Pinches muertosdehambre! Papá, avergonzado, me pidió una disculpa. Perdón, mijo, no sé por qué no salí yo. Tú no tienes por qué pasar por esto. Lo abracé. (¡Maldito dinero, maldito gobierno, puta vida!)
7. Confieso que nunca creí. Yo nunca fui de esos hipócritas que, justo cuando el avión se está cayendo, les entra lo religiosos y se acuerdan del catecismo. No me arrodillé en los momentos difíciles porque no me hubiera gustado saber que salí así. “A mí nadie me sacó del hoyo, yo salí por mi cuenta”. Si nunca fui creyente, si no fui a misa los domingos, no iba a empezar a creer justo cuando las cosas se pusieron mal. Nunca me lo hubiera perdonado. Cuando las cosas mejoraron un poco, me convencí de que había hecho bien en mantener la frente en alto. No sucumbí a los choros de los padrecitos, no le debía nada a nadie. Pero ahora…
Yo no te conozco, ni sé si existes —pero ya no tengo ni para dónde voltear. He perdido el rumbo, la esperanza, el norte. Estoy desorientado, triste, agotado, desamparado. Todo se está desmoronando. Sé que no he sido bueno, pero te juro que puedo ser mejor. Te propongo algo: si estás ahí, si estás escuchando, ayúdame a salir de ésta, dame una señal. A cambio prometo tenerte, llevarte regalos… hasta dejar de tomar. Lo que sea. ¿Qué dices?