La que viene del mar
Ella se merece mucho más: es obvio. Mira sus labios, sus manos delicadas, su mirada oceánica. Es de esas mujeres que se merecen el mundo, tu arte y tu dinero, la mirada y la prosa. Jamás te trató mal ni dudó de ti. Siempre te abrazó cuando estuviste triste, te prestó dinero cuando no traías, te acompañó a las comidas que no querías ir. Le cae bien a tus amigos, a tus papás, hasta a tus malditos vecinos. Sabes que es la mujer correcta, la mujer con la que uno se casa. Pero no estás tranquilo porque, en el fondo, sabes que se merece mucho más que tú.
¿Por qué no puedes ser un hombre normal y estar con el amor de tu vida? ¿Qué tiene de difícil dejarse querer por una mujer tan especial? Oh, ya veo. Sabes que no vales nada. (Yo lo sabía, todos lo sabíamos, pero no sabía que tú lo sabías.) Es evidente que, desde la primera vez que te abandonaste en su abrazo, sentiste esa pequeña molestia en el pecho. Ella sabe todo tu pasado, se acuerda de tus exnovias bonitas (y de las feas también), del día que te conoció, de su primer beso. Sabe mejor que nadie lo que te gusta y lo que te molesta. (Cuando tenemos que comprarte un pinche regalo, ¡le hablamos a ella!) En cambio tú, sabandija, no te acuerdas ni de su cumpleaños. Comparaste tu pasado lleno de cerveza y besos fáciles con el de ella y no pudiste soportar la carga. ¿No es eso? Qué raro. Estábamos seguros de que era tu pasado. Entonces, ¿qué es?
Hay otra mujer. Claro, debí pensarlo antes. Estabas muy contento, todo iba tan bien hasta que te aburriste un poco. Llegó alguien con un sabor nuevo y no te pudiste resistir (resbaloso). Jugaste a estar confundido un par de semanas. Escuchaste “Dos mujeres un camino” de Bronco esperando alguna respuesta de Lupe Esparza. No llegó nunca. Lo pensaste con tres copas de vino encima y te decidiste por la más guapa. ¿No? ¿Cómo de que no? Me rindo. Voy a llamar a mi abuela. Si ella no sabe qué diablos te pasa, nadie sabe.
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Amigo, te tenemos una mala noticia. Esa mujer no es normal; viene del mar. Era obvio, no sé por qué no nos dimos cuenta antes. Mira cómo fluye, como si flotara de la sala a la cocina. (Jamás conocí mujer más ligera.) Ella caminó desde el fondo del mar para aparecerse aquí; arrastró sus pies por la arena despacio, sin mirar atrás. Las olas lloran su partida y la espuma se rompe en su memoria. Por eso se te escurre entre los dedos, por eso te pierdes en su inmensidad y te asusta la profundidad.
Te explico. La mujer que viene del mar se ama, se imprime en el alma, pero nadie la tiene. Nadie la complementa porque nada le falta. No le faltas tú, ni tus lágrimas, ni tus historias. Se ama y nunca se olvida. Lo siento mucho, pero eso hubieras pensado antes de enamorarte de una mujer que viene del mar. Yo lo sé, la amaste como a nadie. He visto tus cuadernos, te he encontrado dormido junto al piano. Te vi desgarrarte el alma tratando de cambiar, de ser mejor para ella. Te encontré buscando flores, hasta te caché peinándote. Está bien, hiciste lo que pudiste. No se puede todo en esta vida, y una mujer del mar no se puede quedar con cualquiera (menos alguien como tú). Nadie te va a querer como ella te quiso, nadie te va a hacer sentir lo mismo: vas a tener que vivir con eso.
Amigo, no te desbarates. Eres un hombre común y corriente, con talentos y defectos inalienables. Otra mujer llegará a tu vida y tal vez te haga feliz. Pero ella, la que viene del mar, se merece mucho más que tú (y lo va a encontrar). Te arrepentirás toda tu vida de esta decisión. Todo tu cuerpo te grita que no la dejes y cada parte de su piel ruega por una caricia tangente, lo sé. Ya no te hagas ilusiones, te lo digo como amigo. Déjala ir. Deja que se vaya con la marea, que siga la corriente que la lleva. Te va a doler, pero es lo único que puedes hacer.
Amigo mío, sonríe. Sonríe de haberla conocido, de haber sentido la inmensidad de los océanos. Suelta su mano, pero no los recuerdos. No a todos nos toca la suerte de besar el mar. Ella te va a perdonar. Esas mujeres siempre perdonan —fluyen— sin mirar atrás. Recuérdala siempre como la que vino del mar, la que te enseñó lo que realmente eres. Tal vez hoy no sepas lo que quieres, pero estoy seguro de que, gracias a ella, sabes perfectamente de lo que huyes.